Los corazones no olvidan.
Pueden sanar, remendar y lamerse sus propias heridas. Pero no
olvidan. A veces, ni siquiera sanan.
Y es que cuando se abre el corazón a alguien o se le entrega;
cuando se ofrece, automáticamente se concede la libertad de que esa persona lo toque
y lo cuide, o lo haga añicos.
Puede que lo toque de forma suave y decidida; quizá tosca,
pero no mala, y que lo haga bombear al mismo ritmo que el suyo propio. Quizá lo
toquen unas manos inexpertas e indecisas, torpes y vacilantes que muestren
dudas sobre cómo y de qué forma envolverlo, con miedo a hacerle daño, o a
hacerse daño a sí mismas. O quizá lo toque una mano dura y le haga daño, y lo
resquebraje y provoque una retirada con el corazón entre las piernas y el rímel
corrido, con las bragas por los tobillos y el orgullo herido.
Pero no olvidan. Se toque de la forma en que se toque; lo
hagan las manos que lo hagan. No olvidan. Lo que hacen, lo que viven, lo que
sienten... se queda en ellos y, automáticamente, en nuestro recuerdo.
Permanece, y a veces grabado a fuego. No, cariño. No olvidan. Sólo se levantan,
sanan y siguen latiendo. O se caen y no vuelven a levantarse nunca.
Pero no es tu caso. Ni el mío. Quizá en algún momento los retuerzan y les causen daños. Quizá después debamos coser los rotos con aguja e hilo de recuerdos oxidados y una botella de alcohol para que no escueza tanto. Y no lo olvidarán; no lo olvidaremos. Recordaremos como esas manos lo acariciaron y aceleraron su latido con cada suspiro y con cada beso, y con cada sonrisa y con cada impulso de querer hacerse el amor hasta arañarse el alma. Con todo. Y entonces dolerá otra vez, pero nuestro corazón habrá aprendido a lamer sus heridas. Y cicatrizará, y entonces lo recordaremos de nuevo. Pero no con dolor.
No, así no. Nuestros corazones son corazones fuertes.
Pero no es tu caso. Ni el mío. Quizá en algún momento los retuerzan y les causen daños. Quizá después debamos coser los rotos con aguja e hilo de recuerdos oxidados y una botella de alcohol para que no escueza tanto. Y no lo olvidarán; no lo olvidaremos. Recordaremos como esas manos lo acariciaron y aceleraron su latido con cada suspiro y con cada beso, y con cada sonrisa y con cada impulso de querer hacerse el amor hasta arañarse el alma. Con todo. Y entonces dolerá otra vez, pero nuestro corazón habrá aprendido a lamer sus heridas. Y cicatrizará, y entonces lo recordaremos de nuevo. Pero no con dolor.
No, así no. Nuestros corazones son corazones fuertes.
Texto: De alguien a quién siempre querré.
Sí, en efecto, los corazones no olvidan... aunque esa sea una forma poética de narrarlo.
ResponderEliminarMucha razón, el corazón nunca olvida, y además despues de hacerle daño cuesta mucho más abrirlo por temor a que se repita.
ResponderEliminarMe ha encantado el post, un saludo!